Por. FABIO RODRIGUEZ M.
Mi perplejidad desbordó la
torturante nostalgia que, al despuntar el alba, me produjo su cuerpo tendido en
la acera. Dios!!... que espectáculo tan grotesco y horrendo. Una sensación de
intensa ira y dolor rodó por mis mejillas.
La recordé, vibrante entre el
bullicio de la agitada ciudad, en el ocaso del verano; en la apacible
lontananza de la fértil llanura; en el cabalgar apacible, por la verde pradera;
en el horizonte embriagador de una puesta de sol en la playa; en la inocente y
contagiosa risa de los niños; en el mirar hondo, profundo y sin prisa de los
amantes.
Su figura, otrora, hermosa y
mágica, había sido la inspiración de los más destacados artistas: músicos
poetas, pintores, dramaturgos y en su honor se habían escrito tantos libros,
tanta literatura, que reunirlos en solo sitio, sería una labor imposible.
A sus pies, de tersa blancura y
deliciosa silueta: reyes, estadistas, políticos, todopoderosos señores y
magnates de mil pelambres, se vanagloriaban de ser los dueños de sus favores. Y
los menos, los humildes, los sin rumbo, los finitos, los sin futuro, los de
ancha espalda y manos erosionadas, de reojo la observaban con la ilusión en
vilo de sus ojos, soñando que algún día un guiño suyo les recompensara.
Huésped de los más encumbrados
palacios. En los más exquisitos lugares y en los grandes salones, donde a
pulmón ardiente se decidía la suerte de todos, ella, solía exhibir su celestial
figura. Y todos, en una enfermiza y mental fantasía la poseían. No escapaban a
su encanto y embrujo, las veladas de pasión ferviente, que furtivos amantes, al
compás de la ardiente piel, inundaban el
alma, con retazos de firmamento, que en un lecho de estrellas y a la luz de la luna, se extasiaban en su
mágica compañía.
La corte de aduladores,
disputaban su compañía con la ansiedad feroz de una jauría de hienas, lo hacían
sin miramientos, sin escrúpulos. Así en su nombre, por su nombre, y para el
goce y el placer del infinito humano, era frecuente ver la tierra envilecida
con la sangre de inocentes. Una caricia suya, era, llenar el alma con las
mieles de la gloria.
Me costaba trabajo verla en ese
lamentable estado y dejar que mi mente recorriera el recuerdo de su sublime
mirada. Todos a una, pasaban con prisa, ella desecha y pérdida, allí se
consumía maltrecha y socavada.
La duda me invadió, debía
cerciorarme de que en realidad era ella.
Con la más honda tristeza, descorrí el retazo de bufanda que cubría su rostro
descompuesto y con las señales de la violencia marcada en su piel, aún
ensangrentada. El brillo de sus hermosos
ojos me dio la certeza… !era ella!!.
Boca arriba tendida, estaba la ¡!LA VERDAD!!.
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