POR: ISABEL CRISTINA CARMONA
![]() |
Histórica y culturalmente, el paso del tiempo ha dejado huella de dolor en la mujer, debido a la existencia de un modelo basado en unos roles inculcados que bien claro definían las funciones y posición del hombre y de la mujer dentro de los grupos, (hombre proveedor –mujer subordinada)… Huella que, día tras día, cara a cara, ha generado de manera permanente y continua una lucha para demostrar que aquello del sexo débil era apenas una creencia, un imaginario; lucha que ha estado orientada a romper la división sexual para alcanzar la “igualdad” con el sexo masculino.
Como resultado de esa lucha aparecen los derechos de la mujer: derecho a la participación, derecho al trabajo, derecho al voto, derecho a…. En fin, a todo aquello que se nos ocurra.
Debemos reflexionar, no en los resultados, sino en las consecuencias de esta lucha. Para ello me gustaría que antes de continuar leyendo este artículo le dedicáramos unos segundos a responder la siguiente pregunta: ¿Qué significado tiene para cada una de nosotras las mujeres, ser iguales a los hombres?... Aunque no puedo escuchar las respuestas me atrevo a imaginármelas.
Si analizamos objetivamente lo que consideramos como logros obtenidos, gracias al esfuerzo por alcanzar tan anhelada igualdad, tendremos que reconocer que los resultados atentan contra nuestra propia naturaleza, la cual con toda su grandeza nos ha permitido ser “diferentes” y son nuestras diferencias las que a la vez nos permiten identificarnos como hombres y como mujeres (hombres machos viriles, decididos, firmes –lo cual no significa machistas y autoritarios-) y mujeres femeninas, delicadas, tiernas, -diferente a débiles, sumisas o inferiores).
La lucha por la igualdad consistió en que teníamos que dejar los antiguos “roles inculcados”, estos fueron criticados y ridiculizados, desconociendo que ellos, nos guste o no, eran los roles naturales, actualmente existe un modelo antinatural, que bien puede identificarse con el comportamiento de los arácnidos, en donde la hembra usa al macho y luego… lo asesina y lo devora. ¿De cuál sexo débil hablamos?.
Este modelo “moderno” rompe con el ecosistema social humano, afectando las relaciones interpersonales, generando conflictos y poco entendimiento.
Entre el hombre y la mujer, nosotras hoy por hoy, nos hemos ganado el apelativo del sexo fuerte, la que manda, ordena, trabaja, tiene hijos y además es profesional, somos papá y mamá a la vez estamos más afuera que dentro de la casa, somos plurifuncionales. ¡Lástima que el ESTRÉS, no nos permita disfrutar totalmente los roles que hemos decidido, en aras dela igualdad, asumir!.
El querer una “cultura unisexo”, como señala Ricardo A. Badani, igualando los sexos contra viento y marea, es pervertir lo más básico de la naturaleza misma al producir nuevos “hombres” y “mujeres”, que al dejar de ser realmente tales no saben ni siquiera cómo actuar ante la vida”.
¿Cuántas de nosotras estamos ubicadas dentro de esa categoría de nueva mujer?. Mejor dicho, ¿somos mujeres modernas?. Pero sobre todo preguntémonos: ¿qué hemos tenido que hacer; que hemos tenido que sacrificar para estar en esta categoría?.
Considero importante hacer una invitación a reconocer sin dolor la diferencia sexual, que en ningún caso implica romper con los derechos del hombre y de la mujer, que aquí la igualdad por la que tanto se pregona no significa pretender ser como el otro, sino más bien trabajar la igualdad desde la diferencia; es decir tener en cuenta que la calidad de mujer no quita la capacidad de deliberar, de hacer juicio, de dar un sentido a las cosas desde la mismidad, sin desconocer la otredad; que es necesario rescatar la ternura que nos caracteriza y que a toda costa queremos ocultar para alcanzar la tan anhelada racionalidad que por mucho tiempo se le ha asignado exclusivamente al sexo masculino.
Parafraseando a los Psicólogos Peter Salovey y John Mayer, se puede asegurar que el bienestar humano no radica en la racionalidad, sino en la emocionalidad sana y equilibrada para satisfacer la necesidad que tenemos las personas humanas de amar y ser amados, de ternura, de seguridad, de respeto, de libertad y de autonomía.
Aprovechar el don con el que Dios y la naturaleza han premiado a la mujer para transformar las relaciones conflictivas y violentas en relaciones afectivas, para rescatar la cultura de la ternura, para desarrollar la inteligencia emocional, pero sobre todo para ALCANZAR LA FELICIDAD QUE SOLO BRINDA EL AMOR QUE SENTIMOS Y DEMOSTRAMOS POR NOSOTRAS MISMAS, POR LE OTRO Y POR TODO AQUELLOS QUE NOS RODEA; recordemos igualmente que el amor tiene un lenguaje propio que todos y todas, debemos utilizar en nuestra comunicación: la mirada , la palabra, el gesto, el abrazo. “Enseñemos desde el ejemplo!
_______________________
ISABEL CRISTINA CARMONA. Psicopedagoga. Especialista en Educación y Orientación Familiar. Docente de Trabajo Social. Terapeuta de la Fundación Talita-Cumi