
PURPURA….
Por Diana Rojas*
Me he acostado durante doce años todas las noches en esta misma cama. Ella adopta la misma posición mientras duerme. Quieta, su respiración pausada. Debe llevar una vida tranquila en el día, cuando no estamos juntos. La imagino sacando a pasear el perro, luego volver y comentar algo con la vecina, subir al apartamento y prepararse una taza de café y sintonizar la radio. Si, definitivamente debe comportarse bien en el día, ya que cuando regreso a casa, ésta está completamente limpia y la comida lista para ser servida. Un mechón de cabello se posa en su rostro, lo retiro cuidadosamente con dos dedos para evitar despertarla. Ella no se ha dado cuenta pero hace más de tres meses que no puedo dormir a su lado. Me levanto todas las noches, su sueño pesado me ayuda a conservar mi intimidad. Camino hasta la sala, me agrada ver el movimiento de las cortinas cuando entra el aire por la ventana. Sirvo un cognac, prendo un cigarrillo y ubico mis pies en el borde de la mesa. Me relajo. No me atrevo a estar mucho tiempo con mis pensamientos, así que apenas termino mi trago enciendo el ordenador y tecleo las ideas atropelladas que salen de mi mente. Me asusta lo que pasa cuando las leo, deseo realizarlas.
Son las 4:30 pm, estoy en la esquina de la calle 71 con novena. Como de costumbre ella se ha retrasado más de quince minutos. Desciende del taxi y me acerco al chofer para pagar la carrera. No me fijo en ella hasta que el taxi se ha ido. Está preciosa. Trae el cabello suelto en ondas desordenadas que caen sobre su pecho y su vestido púrpura se ciñe al cuerpo resaltando su cuidada figura. La tomo de la mano y beso su mejilla. No pronunciamos palabra hasta que comenzamos a caminar. Caminar casi siempre facilita la conversación. Le ofrezco un café pero ella se niega. El objetivo es claro. Insisto, ella sonríe y su gesto me da la aprobación.
Es casi media noche y el taxi ya nos ha dado vueltas por toda la ciudad. Me impacienta el hecho de no encontrar un sitio privado para estar con ella. Veo que sus ojos se apagan lentamente. Siente la misma decepción que yo. Su mirada recrimina la invitación a aceptar el café. Decido que nos deje en la Avenida Circunvalar con Calle 26. Hay poca luz y hace frío. Le coloco mi chaqueta sobre los hombros. Caminamos dos cuadras y comienzo a besarla, ella me responde con pasión. Deslizo mi mano bajo su falda, su piel erizada se amolda a mis caricias y va cediendo poco a poco. Suavemente le doy la vuelta, sin dejar de besarla. Ahora tengo su cuello a mi disposición y sus senos a mi alcance. Se deja llevar. El saco cae de su espalda y termina en el piso. Bajo la cremallera del vestido y la desnudo. No trae ropa interior puesta. Es atrevido hacerlo en la calle pero no veo actividad humana. Así que desabrocho mi pantalón y accedo a ella por la espalda. Sus nalgas golpean mis caderas, muerde mis brazos. Y todo va bien hasta que insiste en que deje a mi esposa. Se mueve con más furia mientras pronuncia ésto. Cree que la pasión mueve mi cabeza. Con voz entrecortada y entre gemidos me pide que lo haga o ella se encargará. Le susurro al oído: “esto me lo contó un amigo, se siente más placer cuando la asfixia acompaña el orgasmo”. Mi mano aprieta su cuello, acerco su cadera hacia mí con fuerza, la muevo con deseo. Su mano toma mi mano para evitar que le haga daño. Pero no puedo impedirlo. Ya es tarde. Hay un deseo irrefrenable de seguir y solo me detengo cuando su cuerpo se desploma y cae al suelo. Aún respira y su rostro está contraído en una mueca de dolor que satisface mucho más mis deseos. Me organizo el traje. Recojo la chaqueta y me la coloco. Solo hasta ese momento me agacho para acompañarla. Trata de sonreírme. Siente al igual que yo que fue una buena experiencia. Lo que no sabe es que para mí no ha terminado. Estira su brazo, intenta tomar su vestido pero lo hago por ella. Su manga enredada en el cabello no deja que acceda a él completamente. Rápidamente la entrelazo en su cuello y sin que ella lo note la ajusto. Termino de una buena vez con su existencia.
Hace tres meses que me siento en el ordenador a escribir estas ideas. Me perturba recordar el crimen y el abandono cruel que hice al cuerpo. Durante este tiempo mi estrategia es clara, mis tácticas bien definidas. Lo haré de nuevo y de la misma manera esta misma noche. La tomaré por la espalda y la haré mía como no lo he hecho estos últimos doce años y terminaré con su pasiva vida mientras me sonríe. Sirvo el último trago y me lo bebo hasta el fondo. Mientras bajo el vaso la veo de pie frente a mí y de la impresión lo suelto. Podría jurar que estaba dormida. Mis manos han empezado a temblar, siento escalofríos en todo el cuerpo y el licor devolverse por la garganta que se cierra al paso del aire. Caigo presurosamente del sillón y noto hasta ese momento que la pijama que ella trae puesta es también de color púrpura.
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Diana Rojas. Graduada en Ciencias Jurídicas de la Universidad Libre de Colombia, Abogado Litigante - Investigadora - Actualmente prepara un libro sobre Programas de los Partidos Políticos en Colombia con el H. Magistrado del Consejo Superior de la Judicatura Pedro Zanabria
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