LA FUENTE DEL RECUERDO

LA FUENTE DEL RECUERDO

lunes, 4 de junio de 2018

ESCULPIENDO EL PASADO


Por: Fabio Rodríguez M.
Con la mirada perdida en la bruma del paisaje, la pequeña Julieta contemplaba el horizonte donde se elevaban imponentes los cerros andinos. Sus ojos profundos y llenos de ternura se humedecen por instantes Su mente recorría los verdes campos donde había pasado su primera infancia al lado de sus abuelos maternos

El dolor de la tragedia aún permanecía presente. En sus recuerdos ese terrible caos, la insoportable gritería de la gente en medio de la penumbra de la noche. La lluvia incesante y el rugido ensordecedor de esa masa de barro recorriendo las calles, las empinadas laderas que descienden de la colina cercana al pueblo. Su desespero por hallar a sus padres, sin resultado. Tenía solo cinco años y un sentimiento de abandono se apoderaba de su conciencia. Luego el silencio total y la espesa bruma, el negro intenso de la noche y su cuerpo débil atrapado en medio del lodazal. La corriente ya se había llevado todo a su paso, su casa, el árbol donde su abuelo había colocado la vieja llanta donde en las tardes soleadas se mecía al arrullo de las canciones que tarareaba su abuela antes de la merienda.

Ese era el último recuerdo de su primera infancia, todo había ocurrido tan rápido y ella cada día se esforzaba por reconstruir el resto del relato de su vida y que le hacía falta para entender ese sentimiento de tristeza que le marcaba desde entonces como un sino trágico y que no era posible evitar. Sus padres nunca volvieron, sus abuelos tampoco. No hubo funerales, solo desde aquella terrible noche, ellos dejaron de hacer parte de su vida.

Con nostalgia su mente siguió recorriendo los años de oscuridad. En medio de ruido ensordecedor de sirenas, del murmullo y los gritos de la muchedumbre, ella no era capaz de razonar sobre los sucesos. El guarda de la Cruz Roja la tomó de la mano y la retiró del punto de riesgo. Ella reticente intentó soltarse, pero su voluntad iba perdiendo sentido casi a la par de su conciencia.


 La mañana siguiente tenía ese gris plomizo de las épocas de invierno, había despertado con un dolor fuerte en su tórax, se sorprendió al verse tendida en aquella camilla de hospital, postrada y recibiendo el suero de una manguerita que descendía del trípode de la pared. La enfermera se acercó y le acarició el cabello, luego sonrió y se acercó a la mesita a sus pies, acercó el platico de porcelana y le brindó un trozo de fruta picada. Con ternura le respondió que sus padres se habían ido y no regresarían porque Dios había decidido llevarlos a un sitio mejor donde ella, cuando fuera grande, podía ir a verlos de nuevo. Ella en medio del estupor siguió llorando por el dolor de su cuerpo y por que no entendía las palabras de la enfermera.

Le costó trabajo entender la ausencia de sus padres y aunque en el hospital la consentían mucho, en las horas de penumbra volvía a sobresaltarse y cuando la tarde daba paso a la noche entraba en una especie de shock que curiosamente coincidía con el cambio de turno de las enfermeras, especialmente de una de ellas a la cual le había tomado mucho afecto, tenía los cabellos lizos color de miel y la mirada tierna, de baja estatura. Cuando la veía sonreír le recordaba a su madre por el fulgor de su rostro y el tono de la voz. La enfermera solía llevarle regalos, casi siempre, chocolates y cuentos que le leía a diario y se dedico a la tarea de reforzar en la pequeña la historia de que ella cuando fuera grande podía volver a reunirse con sus padres y que para ese encuentro debería llegar alegre y radiante y además ser una persona profesional de éxito. A la pequeña le quedaba difícil a su edad entender las recomendaciones de la enfermera, por su parte ella usaba los cuentos para ir elaborando y fortaleciendo la idea que había sembrado en la mente de la pequeña.

La despedida fue algo traumática, la pequeña se resistía a dejar el hospital y la enfermera con un nudo en la garganta y con la ayuda de la psicóloga del hospital intentaban convencerla de que la familia que la llevaba la trataría bien y que además era el deseo de sus padres. Esta última razón la hizo acceder y aceptó a regañadientes partir con sus padres adoptivos. Ellos eran una familia de clase media, cuya tragedia era el hecho de que les era imposible tener hijos por la esterilidad de la mujer.


 Los años al lado de su nueva familia transcurrían de forma normal, Sus padres le prodigaban los cuidados necesarios. Había superado con la ayuda de una Psicóloga los traumas de la desaparición de sus padres biológicos. Su vida transcurrió en medio de los estudios y su hobby preferido la lectura. Sin sobresaltos y aunque el afecto de sus padres no era excesivo por las ocupaciones de ellos, si era suficiente para su crecimiento espiritual y físico.

Los años habían pasado muy rápido, ahora tenía quince años y recordaba a su abuela, cerca del fogón de leña, asando las arepas y tarareando canciones antiguas. A pesar de la edad eran sus manos ágiles para amasar y colocar al fogón luego darles vuelta y retirarlas. Ese olor característico de la arepa tomando su crocante no se le iba a olvidar nunca. Aquella tarde su abuela le había prometido que cuando ella falleciera desde el sitio a donde Dios la tuviera destinada la iba a guiar y a cuidar como siempre, solo tenía que recordar el delicioso olor del maíz puesto al fogón.

Así lo había hecho durante los últimos ocho años, en los momentos más difíciles de su orfandad, especialmente aquella época en que sucumbió a la tentación de las drogas. Recordó con tristeza y amargura la forma como se fue involucrando casi sin percatarse Aquel chico que la abordo en la parada del bus tenía algo especial para llamar su atención de una manera distinta, su mirada, su voz y su sentido del humor la atraparon. Entre inocente juegos de parte de ella y una bien alborada estrategia de parte de él, las cosas se fueron dando y casi sin darse cuenta se vio metida en una relación desbordada cuyo eje motivacional era el sexo y las drogas. Cada instante de enajenación producido por alguna sustancia que su novio le suministraba para ponerla eufórica y disfrutar de su cuerpo, finalizaba enmarcado por la imagen de la abuela y sus padres. Eran momentos de intensa desesperación, las palabras de ellos retumbaban en su cerebro precedidas de hondo lamentos y gritos de auxilio. La situación se repetía una y otra vez, después del placer el sufrimiento y el tormento de sus delirios. Las imágenes perturbadoras aparecían al comienzo en los momentos de trance hasta el día en que presa de la ansiedad por la ausencia de droga en su cuerpo y postrada en la camilla de una clínica donde milagrosamente se había salvado de una sobredosis, en medio del temblor y el frío de su cuerpo, el olor característico de las arepas puestas al fogón recorrió su ser. Fue como una inyección de tranquilidad, una tabla de salvación, al fondo la imagen borrosa de su abuela como otras tantas veces, sin embargo, esta vez, su abuela lucía radiante, no había lamentos ni gritos, su abuela sonreía como nunca, su ternura era manifiesta, se acercó le acarició el cabello y le enjugó las lágrimas. Un resplandor enceguecedor brotó en medio de la habitación. La abuela la tomó de la mano y ella presa de una honda emoción se aferró fuertemente y entre sollozos y llantos le dijo “Abuela no me sueltes por favor, vuelve, no me dejes”.

La mañana era resplandeciente, debía apurarse a tomar el vuelo rumbo a Colombia, se sentía alegre, llena de una energía como nunca antes había experimentado. La prensa la esperaba en el muelle internacional. Los últimos meses habían sido particularmente agitados. El éxito alcanzado en la muestra de sus esculturas en París era la culminación de una carrera exitosa. En el círculo de los intelectuales y artistas se comentaba el éxito logrado con su puesta en escena de un tema tan complejo como era adentrarse en el mundo de las emociones desde la escultura, logrando que el espectador percibiera hasta el olor de las arepas en el fogón.

Contestó las preguntas de la prensa y tomó la escalerilla del avión, el deseo de cumplir la promesa a su abuela de regresar para darles simbólica sepultura a sus padres y sus abuelos era en estos momentos la prioridad máxima de su vida. Además porque su abuela se había convertido en ese ser espiritual con la cual planeaba su vida al calor de tibio olor de las arepas recién asadas.                                

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